La convivencia entre la ganadería extensiva y el lobo es posible. Hoy lo hemos escuchado de primera mano en la jornada organizada por ecologistas en acción sobre esa cuestión. Seguramente es imposible evitar todos los daños, porque el lobo actúa de formas muy diferentes en función de muchos factores: fundamentalmente la disponibilidad de alimento, como las poblaciones de ungulados salvajes. Pero se pueden reducir sustancialmente esos daños, con medidas que están al alcance de la mano. Quizás la diferencia ha sido hoy escucharlas en boca de un ganadero.
La idea de que el lobo está aquí para quedarse gana terreno. A estas alturas ya no puede argumentarse que «hay que acabar con el lobo»,, como por desgracia todavía se escucha en boca de portavoces de algunas organizaciones.
Cada vez más ganaderos conscientes están tomando medidas para proteger a su ganado de los ataques del lobo, y lo hacen de forma efectiva: pastoreo y acompañamiento del ganado, perros de guarda del ganado, recogida nocturna, sistemas de cercado electrificados y móviles o la planificación y control de partos son algunas de esas medidas.
Hay sin duda un proceso de aprendizaje pendiente, y ese no corresponde solo a los ganaderos, sino a toda la sociedad. También hoy hemos escuchado cosas como que «el lobo despierta un rechazo visceral» en muchos rincones de nuestra sociedad. Como ya he dicho en otras ocasiones, el lobo sigue siendo el malo del cuento, y eso nos corresponde cambiarlo a todas.
Sigamos tejiendo redes que buscan una mayor defensa de nuestra biodiversidad. Ahí debe estar también el lobo, elemento tan singular de nuestra fauna salvaje. Queda mucho por hacer, pero tengo muy claro que avanzamos.
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