Cuando dices en voz alta esto, mucha gente te mira raro, no sólo porque lo escuchen en una voz masculina, sino que muchas personas, a pesar de encontrarnos ya en el siglo XXI, le encuentran un sentido tremendamente negativo a esta palabra. Algo parecido me ha pasado a lo largo de mi vida con el término ecologista, decir que era ecologista, y ya había quien te miraba de soslayo, como diciendo éste es un radical que no es de fiar.
Parece que vivimos en una sociedad igualitaria, donde hombres y mujeres tenemos los mismos derechos, quizá incluso pensamos que somos una sociedad en términos de igualdad mucho más avanzada que otros países. Sin embargo todo eso cambia cuando te pones las gafas violetas.
Unas gafas, que de no ponértelas puedes caer en la tentación de decir que efectivamente todas las personas son iguales, unas gafas que te hacen ver una realidad del mundo que no es la que te han contado y tampoco la que te han trasmitido en los valores culturales que desde pequeño has aprendido. Porque para llegar a esa igualdad, hay que empezar por las bases de cómo nos construimos como sociedad y asumir que las mujeres son soberanas de su cuerpo y decisión.
La desigualdad de género se manifiesta en todos los ámbitos. Año tras año, vemos las mismas estadísticas: mientras son ellas las que comienzan la etapa educativa con más fuerza, obteniendo mejores calificaciones que los hombres, al enfrentarse al mundo laboral tropiezan con el empleo a tiempo parcial, perciben menos salario y ocupan puestos de menor responsabilidad en las empresas y ámbitos de decisión; además necesitan trabajar 54 días más que los hombres para alcanzar el mismo salario. Unos datos a los que se añaden dificultades derivadas de la maternidad, la conciliación y los cuidados, que son asumidos principalmente por las mujeres.
Por eso cuando alguien comenta que en España ya somos iguales, le invito a ponerse las gafas violeta y a ser y declararse feminista. Es una lucha compartida que nos hará una sociedad más libre y más justa. Visibilizar la apuesta por el feminismo también es cosa de hombres, desde los espacios privados a los públicos, desde la educación a la política.
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