Según publicaba El País en su edición del domingo 22 de enero, el gobierno de Estados Unidos está dedicando cuantiosos fondos públicos a investigar el desarrollo de lo que denomina «minirreactores nucleares», que podrían ponerse en funcionamiento dentro de una década. Se trataría de pequeños reactores nucleares de una potencia de 150 Mw, que podrían ubicarse temporalmente en lugares concretos para usos específicos. Ni una palabra se específica sobre los riesgos asociados a estos reactores: ni en lo referido a la seguridad, ni en cuanto al destino de los residuos radiactivos que producen, ni la vulnerabilidad de estas plantas.
Resulta muy interesante el gráfico sobre el número de plantas nucleares funcionando en el mundo – que aquí reproduzco -. En él se ve claramente que, pese a la masiva propaganda propaganda en sentido contrario, lo cierto es que el número de plantas está descendiendo.Esta tendencia a la baja es probable que se acentúe en los próximos años, en especial tras el impacto en la opinión pública del grave accidente en Fukushima.
En el actual contexto las optimistas proyecciones de crecimiento de la industria nuclear para los próximos años no parece que se concreten. A pesar de la intensa campaña de promoción y relaciones públicas, la industria nuclear no despega.
Es posible que sea en ese contexto en el que se trate de buscar una nueva salida, a través de este invento de las minicentrales nucleares.
Además, la situación en Irán demuestra que las potencias nucleares quieren decidir qué país puede tener potencia nuclear, y cual no. Estas minicentrales les permitirían decidir de una manera mucho más rápida quien, dónde y cuando puede disponer de una planta nuclear.
Pero una vez más, queda por responder la preguntas relativas a los riesgos de este tipo de centrales nucleares. Qué hacer con los residuos radiactivos. No se sabe ni dónde, ni cómo quedarían. Tampoco se responde a la duda sobre la vulnerabilidad que este tipo de plantas presentarían en caso de ataques; ni cómo y dónde y cuando se desmantelarían.
Lo que sí parece evidenciarse que estamos ante una nueva estrategia comercial y política para relanzar la energía nuclear. El movimiento antinuclear debe seguir my atentamente este proceso, para no encontrarse de repente con decenas de mini-proyectos extendidos por todo el mundo y sin control.
Lo que resulta inexplicable es que todo ese dinero no se invierta en el desarrollo de energías renovables, que aportan soluciones demostradas y concretas a la necesidad de nuevos abastecimientos energéticos libres de emisiones de carbono.
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