El terrible crimen de Noruega ha puesto encima de la mesa el riesgo real de violencia que representan los movimientos de extrema derecha en Europa. Mientras los servicios de seguridad europeos derrochan recursos investigando e inflitrando movimientos pacíficos y pacifistas como el ecologismo – y como prueba ahí están las revelaciones de un polícía británico infiltrado en el ecologismo anglosajón – el virus del terrorismo anida más bien en otros lugares que, como hemos visto en Noruega avivan en racismo, la xenofobia y el ultranacionalismo.Europa ha cambiado mucho en los últimos años, y no para mejor. Hubo un tiempo en que el viejo continente lideraba las políticas de Derechos Humanos en todo el mundo. Pero cada vez es menos cierto, y el origen de esta situación es puramente político.
Hace sólo unos años la presencia de partidos de extrema derecha en los gobiernos europeos estaba vetada de facto. El auge de los partidos de este ámbito ideológico les está dando, sin embargo, cada vez un mayor peso e influencia en la política europea. Y está teniendo una influencia decisiva sobre los posicionamientos en materias tan sensibles como la integración de la inmigración o la represión de movimientos sociales emancipadores de los gobiernos europeos, y finalmente de las instituciones europeas.
Ya después de la Cumbre de Copenhague de 2009 en que la represión del movimiento ciudadano de defensa del medio ambiente fue brutal, advertíamos algunos de lo que estaba ocurriendo en la Europa supuestamente más avanzada. Aquellos días se produjeron detenciones masivas de manifestantes pacíficos sin justificación alguna; incluso el Parlamento danés, cuyo gobierno está apoyado en los votos de la extrema derecha, aprobó una ley de estado de excepción para reprimir a los ecologistas llegados de todo el mundo. Como digo la represion del sistema persigue a los pacifistas, y no se da por enterada del avance del fascismo.
Ante esta situación sólo cabe la doble estrategia de denunciar la persecución injusta de los pacifistas, y profundizar en la política de Derechos Humanos; al mismo tiempo que se trabaja para alejar a la sociedad de los valores – fundamentalmente xenófobos – en los que se asienta la violencia. En este sentido reconozco como ejemplar el mensaje del gobierno noruego tras los crimenes en su territorio. Su respuesta ha sido clara: frente al crimen fascista, más y mejor democracia.
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