Hace un par de años dirigí la expedición de un barco de la organización Greenpeace a Libia. Era una expedición conservacionista en defensa del tan amenazado atún rojo. En aguas libias es donde todavía se concentra la mayor parte del maltratado tunido para su reproducción cada primavera, y se trataba con la campaña de impulsar su protección en toda la vertiente sur del Mediterráneo. Libia era logicamente una parada obligada. La preparación de la expedicion me permitió conocer de primera mano la realidad de Libia.
Desde el primer momento quedó claro que para negociar la entrada del buque – el Arctic Sunrise – en el puerto de Tripoli había que conseguir el visto bueno el hijo de Gadafi, Saif el- Islam, a través de su fundación. Aquello ya nos dió una pista de que, en realidad en Libia detrás del aparante gobierno de Gadafi, en realidad los hilos los mueve su hijo, cuyo nombre se traduce como «el sable del Islam», y es quien en realidad decide en Libia.
Educado en universidades extranjeras, y buen conocedor del mundo occidental, lleva mucho tiempo siendo la mano del régimen en materia económica, y el negociador con todas las corporaciones que por alli campan, entre ellas la muy española Repsol. Por cierto, ¿qué dicen sobre la situación del momento?
Al llegar al puerto de Tripoli, fuimos informados de que no podiamos bajar del barco, y que todas las reuniones, o gestiones que pudieramos hacer debíamos hacerlas desde el mismo barco. Ni que decir tiene que eso impedía cualquier movimiento eficaz o reunión de verdadero interés.
Para hacer una rueda de prensa nos pidieron que firmaramos una carta en la que agradecíamos al Gran Gadafi su hospitalidad, bla, bla, bla…Ni que decir tiene que me negué a firmar la carta. En la rueda de prensa se presentaron varias personas vestidas de militar que se sentaron alli a escuchar. No hace falta decir que tuve serias dudas de que pudieramos salir de Libia. Afortunadamente unos días después pudimos levar anclas y salir de alli. Eso sí, sin haber pisado las calles de Tripolí.
Libia nada en petróleo. Su riqueza petrolífera es inmensa, y su población pequeña. Bien podía haber sido la Noruega del Mediterráneo.
Al ver las encendidas amenazas de Saif el-Islam en televisión, un escalofrío me recorre la espalda. Precisamente esa riqueza petrolífera me hace sospechar que los intereses económicos que alli anidan no permitirán un cambio que los ponga en peligro. Ojalá me equivoque.
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